La misma suerte que Kisley y Rosley correrán otras seis personas que sobrevivieron a la tragedia (Sandra, de 19 años; Linda, de 28; Florece, de 18; Rosse, de 23, y Bridget, de 19 años, además de Friday, el hombre que perdió en el viaje a su esposa y a su hija, Holliday, de tres años). Hubiese sido cruel e inhumano, además de incomprensible, devolverlos a África después del indescriptible sufrimiento padecido durante los cinco días que permanecieron a la deriva en el mar de Alborán, donde se vieron obligados a arrojar por la borda los cuerpos de los fallecidos, seis o nueve niños y cinco adultos, la mayoría mujeres. Pero sólo ha habido permiso de residencia para ocho de los 35 supervivientes porque el Gobierno teme las críticas de los que no tienen corazón, aquellos que tal vez piensan que aliviar el sufrimiento de los otros 27 hubiese sido abusar de humanidad.A esos 27 los enviaron a centros de internamiento de Cádiz para tramitar su expulsión del país, mientras que las seis mujeres y Friday siguen recuperando fuerzas y ánimos en Puente Genil. Cuesta Dios y ayuda sacarles del mutismo para tratar de componer el relato de lo que vivieron a bordo de aquella patera endemoniada. Les enmudecen heridas invisibles. El duelo o el sentimiento de culpa, el miedo a la ira de Dios por haber sembrado con sus hijos el fondo del mar. Por alguna de esas razones, o por todas, las madres no están dispuestas a reconocer que arrojaron por la borda los cuerpos sin vida de los niños. Lo hace Friday, el hombre que tuvo que echar al mar a su esposa Joy y a su pequeña, cuyo nombre no quiere ni pronunciar. Como hizo Sandra con su pequeño.
Están tan postrados que ni siquiera maldicen el momento en el que compraron el pasaje a Europa a Hasan y Abdelali, en Uxda, ciudad fronteriza con Argelia situada a unos 150 kilómetros de Melilla. Unos pagaron mil y otros mil doscientos euros. Los dos marroquíes los trasladaron a un bosque próximo a Nador, el mismo que suelen utilizar los subsaharianos que tratan de saltar la alambrada de la frontera de Melilla. Los 46 procedían de una decena de países. La mayoría (24) de Nigeria. El resto de Camerún, Kenia, Chad, Níger, Burundi, Uganda, Zimbabue, Sudán y Burkina Faso. En el bosque esperaron varios días. La noche del 4 de julio los dos marroquíes vinieron a buscarlos y los condujeron, en una caminata que duró más de dos horas, hasta una playa donde les aguardaba la embarcación, una lancha neumática de siete metros de eslora y un motor de 25 caballos. A bordo no había ni bidones de agua ni alimento alguno para la travesía.
Les vendieron la barca y el motor, les ayudaron a subir en la playa y les indicaron que navegando rumbo norte en pocas horas verían la silueta de Europa. No les suministraron ni una brújula. «Ha sido un crimen cometido con alevosía», afirma el inspector jefe de la brigada de Extranjería de Almería, Antonio Martín. A las pocas horas de navegación lo único nuevo que ocurrió fue la avería del viejo motor de 25 caballos que impulsaba la embarcación. Entonces no les quedó más remedio que remar con las manos, por turnos, en un vano intento de llevar la barca hacia el norte orientándose por la trayectoria del sol. Pero con la caída de la noche perdieron el rumbo y toda esperanza.
Patera endemoniada la creyeron los hombres de la expedición, que echaban la culpa de su mala suerte a la presencia de tantas mujeres y niños a bordo, por eso les pegaban, cuentan algunas, mientras la barca evolucionaba sin rumbo empujada por el viento y las corrientes. Vagaron por el mar a lo largo de cinco días interminables, varios con mar gruesa y sol abrasador, y cinco noches de un frío tan intenso que les agarrotaba los músculos y les hacía castañear los dientes fuera de control.
El segundo día a la deriva fue aún peor porque se levantó temporal de mar gruesa que provocó mareos y vómitos en muchos pasajeros, ya mal nutridos por los varios días en el bosque. Bebieron su propia orina para alargar la agonía y algunos, en la desesperación, tomaron agua del mar. Agotados por el viaje, deshidratados, la piel quemada por la solanera y agitados por el frío de la noche, pronto murieron los dos primeros niños, cuyos cuerpos permanecieron en brazos de sus madres. Luego fallecieron los otros pequeños, y cinco adultos, lo que forzó el acuerdo general de que tenían que arrojar los cuerpos por la borda. El calor y el agua salada los descomponía rápido y por encima de todo estaba la supervivencia de los que resistían. Algunas madres se desprendieron solas de sus hijos, a otras tuvieron que arrancárselos del regazo.
Lograron contactar con el teléfono 112 de emergencias, pero fueron incapaces de indicar su posición. Estaban abocados a pasar la sexta noche, en la que habría habido nuevos fallecimientos, cuando fueron avisados por dos veleros cuyas tripulaciones entrenaban para los Juegos Olímpicos de Tokio. A esa hora, cerca de allí, el buque Salvamar Denébola y el patrullero Cabo de Gata,de la Guardia Civil, procedían al rescate de los ocupantes de otra patera. El brigada Antonio Cerezo, al mando del Cabo de Gata,decidió dejar a dos de sus hombres en la Salvamar y dirigirse a toda máquina a la posición señalada por los veleros. Unos 20 minutos más tarde, sobre las 22.15 h, situó su embarcación en el costado de la patera. Empezaba a oscurecer y eran tres hombres para socorrer a 36 personas, casi todas exhaustas, tres de las mujeres inconscientes.
Tuvieron que calmar a los ocupantes que intentaban escapar de la barca. Los agentes fueron señalando uno a uno el orden de evacuación. Los primeros en ser subidos a bordo fueron Kisley y Rosley, que empleaba sus últimas fuerzas en abrazar al pequeño. El brigada Cerezo asegura que apenas se sentó en una silla del puente de mando, Rosley echó una mirada alrededor y se entregó al sueño. Quedó dormida de sopetón. «Al mirarla supimos que había agotado sus últimas fuerzas en poner a salvo al niño. Habrían fallecido si hubiesen tenido que pasar una noche más en la patera». En el fondo de la barca, cubiertas por un palmo de agua, dos mujeres aparecían inconscientes, una de ellas era Linda, embarazada de tres meses. La otra era Joy, que no resistió la dureza de la travesía.
Finalmente, los hombres subieron a la cubierta del patrullero. El agente Francisco José Arranz se siente incapaz de describir el aspecto que presentaban aquellas personas o lo que había en el interior de la patera. «Lo único que nos preocupaba era subirlos a bordo y poner rumbo a tierra cuanto antes. En esos momentos no te paras a pensar en nada más, aunque después te viene el bajón y piensas el infierno que pasaron y que, si hubiésemos llegado antes, tal vez habríamos salvado a otros». En dos horas estaban atracando en el puerto de Almería, donde varias ambulancias trasladaron al hospital a las siete mujeres y el bebé.
La mujer que estaba peor era Linda, que saltó a la patera embarazada de 35 semanas. El feto le fue extraído en el hospital de Almería y permaneció casi un mes en la habitación 609 del hospital Torrecárdenas. Ahora la mayoría de ellas niega haber arrojado a sus hijos al mar, pero unos declaran que en el viaje fallecieron seis niños y otros, que nueve. Todos no podían ser de las dos únicas madres y el padre que reconocen haber perdido a sus hijos en el viaje, aunque la policía plantea la posibilidad de que alguno de los pequeños podía ser de las mujeres que fallecieron.
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